Una
amiga a quien aprecio mucho, especialmente por su agudeza y sentido del humor,
me explicaba hace algunos días que el Perú es realmente un país de película.
Pero no cualquier clase de película, ni tampoco proyectada en viejas salas de
barrio, o aquellas que fueron de estreno y hoy están condenadas a ejercicios
bíblicos y calistenia espiritual que llaman la palabra.
Los peruanos estamos invitados al cine de la realidad-virtual-nacional en las
mejores condiciones posibles: cuatro películas en pantalla gigante y por el
precio de una, en sesión continua. Usted paga una módica entrada y tiene
derecho a ver las cuatro:
Rómulo y la danza de leones y ratones:
largometraje con actores nacionales y extranjeros, con show y street-tease
completos en tribunales y recintos del Congreso. Desfile de vedettes y danza de
la alegría en las Bodas de Canaán. Al final de la película se muestra el
invento peruano para usar el petróleo en las orejas: petro-audio.
Magaly en el paraíso: superproducción
con superestrellas de la farándula, la obscenidad, la huachafería, el mal
gusto, la intriga, la falsedad, la calumnia y el abuso, condimentada con las
escenas más exquisitas de la reconocida productora Santa Mónica.
Donayre y el Séptimo de Caballería:
coboyada peor y más idiota que las de los años 40 -cuando actuaba Rin-tin-tin,
que sí era inteligente- y que consiste en que un cuartelero haga quedar a sus
jefes por las patas de los caballos frente a un supuesto enemigo. En plena
coboyada revientan los tanques rusos y el patán se va feliz cargando su muerto.
El mega-chino interminable:
largometraje de 4,000 horas, 40 tomos, 400 testigos y un chino-presunto que se
queda dormido en el aburrimiento más absoluto, porque solamente él y Montesinos
saben la verdad y no se la cuentan a nadie.
Mientras la mitad del país disfruta de sus cuatro largometrajes, la otra mitad
del país trabaja, produce, inventa, cultiva, fabrica, exporta, invierte y
crece. De tal modo que, a pesar de las bufonadas de los coboyes y a pesar de
las ratas y los ratones, la economía del país atrae inversionistas (que no van
al cine) que ponen aquí su dinero. Menos mal.
Luis Rey de Castro
7 de Diciembre de 2008