Como viajera, me incomodan mucho los excesos. Cuando era niña y vivía cerca de Santa Fe, Nuevo México, nuestras vacaciones típicas en familia consistían en llenar una camioneta de carga con equipo de acampar y atravesar la frontera mexicana para dirigirnos tan al sur como pudiéramos antes de que el vehículo se descompusiera. Sin embargo, en este caso, no pude evitar algunos excesos. Tengo la misión de visitar cada destino en la lista de los 52 lugares para conocer en 2018de The New York Times; la península de Papagayo, totalmente exclusiva y privada —no debe confundirse con la región vieja de Papagayo al sur—, está en el puesto veinte. Además del Four Seasons, hay alojamiento en apartamentos privados (más caros), propiedades administradas por Exclusive Resorts (más caras) y en el Andaz, la opción barata, donde la habitación menos costosa que pude encontrar para una sola noche costó 735 dólares (impuestos y tarifa de hospedaje incluidos).
La belleza extrema tiene un precio alto. Me registré para pasar una noche en Andaz en un área de recepción al aire libre situada en un acantilado sobre el océano. Sin embargo, poco después comencé a sentirme atrapada. Después de una confusión en la lavandería que me dejó sin pantalones, me envolví una toalla por la cintura y caminé al área de recepción para sacar otro par de mi maleta. (El servicio de lavandería costó 34 dólares por cinco prendas).
Para los que son tacaños como yo, hay esperanza. Dormí perfectamente tres noches arrullándome suavemente en un yate que me costó 245 dólares por noche, un milagro de Airbnb anclado en Marina Papagayo. Aunque técnicamente no es parte del terreno de la península, la Marina es una estación de paso de bajo perfil a diez minutos a pie (y, extrañamente, a treinta minutos en auto) desde el Andaz, donde también hay habitaciones de hotel a partir de 169 dólares la noche. (Lavandería: 2 dólares por carga).
El yate también tenía una sorpresa que, para mí, fue la mejor parte de Costa Rica. Después de comunicarme con el propietario, me enteré de que un marinero de 21 años llamado Álvaro Álvarez me recibiría en el bote. No sabía que no hablaba inglés y que sería mi compañero de habitación todo el tiempo; durmió en una colchoneta en el cuarto de mando de arriba. La confusión se convirtió en deleite cuando me empezaron a gustar sus graciosos comentarios acerca de la gente rica y la manera en que gritaba “¡Dime!” cuando lo llamaba. Me contó sobre su vida en la ciudad costera de Puntarenas, donde tiene una nueva esposa y un bebé de 6 meses al que adora. Le conté por qué estaba en Costa Rica y se entusiasmó con la idea de guiarme como una suerte de asistente de reportera.

Con su ayuda, descubrí que se podía entrar a la península mediante una reservación para cenar en el restaurante Poro Poro, operado por Exclusive Resorts. (Los empleados de la Marina me dijeron que hacen lo mismo con las reservaciones para almorzar en el recién remodelado Four Seasons). Un recorrido breve por la playa desde la Marina me permitió pasar todo un día en uno de los restaurantes al aire libre de Andaz utilizando su wifi de alta velocidad. La única desventaja fue tener que pedirle al personal del hotel que me llevaran en auto de regreso porque me sorprendió la noche todavía ahí y caminar se había vuelto “muy peligroso”. “¡Fui a buscarte!”, me reprendió Álvarez esa noche. “El bosque está lleno de serpientes, jaguares y pumas. ¡Temía que te hubieran devorado!”.
Por ley, todas las playas de Costa Rica son públicas, pero Álvarez me dijo que en dos años de trabajar en la Marina solo había visto las playas de la propiedad del Four Seasons una vez, y el recorrido había sido tan arduo que no creía que fuera a hacerlo otra vez. Una mañana, intentamos ir a la mejor playa a la que pueden acceder los huéspedes de la marina, Playa Nacascolo, pero tuvimos que viajar una hora de ida y de regreso en un transporte del Four Seasons.
Así que cuando el Four Seasons se enteró de que estaba en la península y me invitaron a recorrer la propiedad, supe que Álvarez debía acompañarme. Es un complejo enorme y deslumbrante que está haciendo un trabajo admirable de conservación (el recién fundado Papagayo Explorers Club está catalogando todas las especies de la península) y ofrece el empleo mejor pagado en Guanacaste. Sin embargo, no disfruté estar rodeada de anglohablantes en un lugar donde los lugareños no pueden vivir debido al costo.
En mi último día, nos subimos al auto para un viaje épico por toda la isla. Necesitaba ir a casa a ver a su esposa y a su hijo —normalmente habría hecho autoestop y habría pasado varias horas en dos autobuses— y yo necesitaba su ayuda para internarme en un festival cívico en la capital de Guanacaste, Liberia, en el que todos van a caballo por las calles y después van a un bar donde no tienen que bajarse del caballo para tomar una cerveza. Luego de muchas horas de relacionarnos a pesar de la barrera del lenguaje, supe que Álvarez sueña con ver Texas algún día y que le dan miedo los toros porque uno lo lanzó al aire en un festival parecido.
Lo mejor fue que reviví algo que me había faltado durante más de un mes de viaje en solitario: la alegría de perderme con alguien cuya compañía disfrutas. En cada vuelta equivocada, Álvarez alzaba las manos y decía: “¡Aventura!”. Quizá, pensé, mejorando mi actitud un poco, podría hacer que la aventura continuara el resto del año.
Consejos prácticos
Rentar un auto es indispensable para moverse por Costa Rica. Asegúrate de tener mucho crédito disponible en tu tarjeta para pagar el depósito obligatorio de 1500 dólares, más el costo del alquiler. (Vi a una pareja estadounidense que tuvo que irse sin auto y pasar sus vacaciones viajando en autobús porque no lo tenían). Si tu tarjeta de crédito tiene seguro de alquiler, aun así deberás presentar una carta formal impresa a la agencia para que no te lo cobren. Cuidado con los baches y las carreteras de terracería inesperadas. Siempre conduce en el carril izquierdo de las carreteras para evitar chocar con las vacas o los peatones del lado derecho. Cuando estés en casa, revisa dos veces que te hayan devuelto el depósito exorbitante.